Taller de Cine en escuelas: de la experimentación colectiva a la posibilidad de repensar la comunidad

“¿Y si nos tomamos en serio la posibilidad de que el cine piense el mundo y consecuentemente la escuela?” (Migliorin, 2018 p.14)

Por: Matilde Larraín

Viajamos desde Santiago a Villa Alemana, nos adentramos en un terreno de árboles característicos del litoral, huertos comunitarios y niñxs corriendo dispersos por un jardín rural extenso. Lxs estudiantes nos esperaban ansiosxs por su último día en el taller de cine. La sala de la biblioteca se encontraba lista, las sillas en su lugar, las cortinas cerradas y una olla con leche caliente preparada por una de las apoderadas. Lucas y Vicente decidieron en nombre de todxs sus compañerxs presentar a sus papás y mamás, los tres cortometrajes realizados durante los meses de Mayo y Junio. Ya finalizada la proyección, los once estudiantes que participaron del taller se pararon al frente con la cabeza en alto y respondieron las preguntas de su público. –“Es nuestra primera película, y jamás pensamos que íbamos a hacer una a nuestra edad”- relataba uno de ellxs con tan solo 12 años. 

Esa fantasía cultural de suponer que hacer cine es algo de adultos, un oficio complejo que requiere de conocimiento previo y una tecnicidad específica a disposición de un grupo reducido de personas, es uno de los dilemas y desafíos más relevantes al momento de llevar el cine a las escuelas. Las preguntas están puestas en cómo pensar nuevas maneras de mediar un espacio en el que el conocimiento cinematográfico surja y se entienda desde la exploración de los sentidos, un ejercicio que necesita sentirse, intuitiva y perceptivamente previo a cualquier discurso, de forma simple, al igual que salir a jugar al patio. Los niñxs en este sentido fueron quienes guiaron los talleres, en un movimiento lúdico de creación más bien fraccionada y desplazada a nuestros conocimientos como mediadores. 

La elección del cortometraje final trató sobre el fútbol. Realizaron una propuesta ficcional en la que entremezclaron la cultura y la historia de Villa Alemana, con un relato de voz en off que atravesaba al imaginario del pueblo. –“Para mi el cine es como un juego”- decía Lucas, uno de los estudiantes que participó del taller.  Hacer ficción desde esa vereda no son emergencias aleatorias, sino más bien demuestran la exploración en la niñez y adolescencia, la inocencia, el riesgo, como posibilidades de inventar nuevos mundos impulsados por la curiosidad, tanto de lo existente como de lo inexistente. En una generación que navega cotidianamente dentro de una saturación de la imagen, se buscó desde los talleres potenciar la visualidad y la audición como una acción cotidiana de observación, el ir más allá de la imposición visual condicionante. 

El rol mediador, por tanto, es de facilitar el espacio, propiciar la agencia creativa de lxs estudiantes, y generar una apertura experiencial en donde el dispositivo haga lo suyo; aquello que, a palabras de Migliorín (2018), propone reglas claras, pone determinada situación en crisis, y exige gestos de creación. Las limitaciones y estados de crisis se presentan en la misma cámara, pero también en el cómo exponemos mediáticamente las instrucciones a realizar dentro del taller para generar una metodología inversa desestabilizadora: cuánto y cómo utilizamos las palabras en conversación con la imagen y el sonido, cómo realizamos preguntas que evoquen respuestas desde la experiencia y no de la experiencia, qué visionados proyectamos considerando sus aperturas y limitantes, cómo construimos metodologías que acompañen el proceso creativo experimental por sobre el resultado. 

Desde esta vereda, se torna fundamental poder posicionar el quehacer mediador desde una perspectiva que deconstruye las lógicas pedagógicas paternalistas de lo cinematográfico. Lo que se busca no es enseñar, sino propiciar un espacio de caos en el que nos aventuremos en la selva de las cosas, y de los signos (Rancière, 2010). Fue así cómo, sin saber teóricamente que estaban ejerciendo lo llamado cine, lxs once estudiantes aprendieron de este en su puesta en escena misma, realizando un proceso demandado por una experiencia intuitiva de exploración audiovisual con su entorno. Por mi parte, como mediadora artística, también fue mi primera experiencia mediando un espacio audiovisual en colegios, por lo que las reflexiones en este escrito surgen a partir de observaciones y aprendizajes nuevos. 

Fueron ocho jornadas de clases, las cuales se dividieron en diferentes temáticas, tales como experimentación con la luz, percepción visual, sonido, montaje, y el rodaje final en el que pudimos salir a terreno al centro de Villa Alemana. En este rodaje dispusimos de varios grupos con cámara en mano, en los que había un adulto por cada tres niñxs, con una rotación de cargos en función de la dirección del plano realizado. En una de las interacciones en la calle surgió una situación particular, uno de lxs mediadores propuso un nuevo espacio donde ubicar la cámara. Inmediatamente saltó uno de lxs estudiantes, investido en su cargo de director, diciendo –“Profe, no queremos hacer ese plano, es nuestra película y nos gusta donde está la cámara ahora”- 

La “rebeldía” conductual que simboliza apropiarse de un espacio que les es generalmente ajeno es justamente nuestra búsqueda: dislocar desde el estudiantado las formas tradicionales de educación. Tener espacios de desobediencia con la creación y sus formas subversivas de experimentar sin miedo al disenso comunitario, considerando cómo en gran parte de los establecimientos educacionales se busca evitar el caos y mantener el orden jerárquico desde un status quo. 

Cuestionar las formas comunitarias de coexistir es lo que permitiría repensar a la comunidad y permitir sus transformaciones. La intención está en buscar, a través del dispositivo artístico, las formas de perturbar el orden construido en el grupo, posibilitando una experiencia nueva como exceso colectivo que afecta a la comunidad misma. Aquello que Sabrovsky (2018) propone como emancipación producto de una relación vertical entre emancipadorx y emancipadx: “La posibilidad de todo individuo de actuar en y hacia la comunidad, y ser afectado por lo que la comunidad inventa. La emancipación como escena a construir”. Nuestro desafío estuvo puesto, por lo tanto, no solo en realizar un taller de cine, sino que ir más allá y desde la mirada sensible abrir espacio para nuevas formas de convivencia.

Aquí hay un tema fundamental para entender el cine y su capacidad de repensar los vínculos, el juego con la ficción cinematográfica. Al igual que la acción que realizaron lxs estudiantes de repensar Villa Alemana en relación al fútbol con una historia imaginaria, el ejercicio de los talleres permite generar una posibilidad de reformular lo real a partir de un dibujo colectivo de formas inexistentes. En este sentido, nuestro rol de mediadores audiovisuales es y debe ser un ejercicio político desestabilizador con la realidad, en el que nos encontremos con los límites del deseo colectivo inacabado. O a palabras de Rancière (1996), un espacio en el que se desplace un cuerpo del lugar que le estaba asignado o cambie el destino de un lugar; hacer ver lo que no tenía razón para ser visto, hacer escuchar como discurso lo que no era escuchado más que como ruido. 

La posibilidad de acercar el cine a las escuelas y hacer de estos espacios una respuesta reivindicatoria en niñxs y adolescentes es un acto político de reconocimiento que se sustenta a partir de la búsqueda. Reconocimiento en relación a la riqueza creativa presente en la diferencia, la cual permite abrir paso a construir comunidades con capacidad de agencia activa y crítica desde las artes, con una generación etaria a la que se le ha atribuido culturalmente un rol pasivo.  Emilia,Vicente, Esteban, Kata, Prisci, Balta, Lucas, Gabriela, Luis, Antonella, Sara, gracias por abrirnos las puertas de su escuela, por compartir con nosotrxs sus fantasías, y confiar en sus grandes capacidades creativas como estudiantes. Desde la irreflexividad de sus ideas, me llevo conmigo la experiencia conjunta de caminar por esos cerros buscando sonidos e imágenes que nos sacaron de ese lugar. Un viaje colectivo hacia la ausencia, que encontró sus cauces en lo onírico. 

El cine en escuelas y el proyecto Cero en Conducta están, por lo tanto, comprometidos con una interrogante: ¿cómo recuperar el tejido comunitario, con un trabajo experimental que encuentra en la imagen y el sonido la experiencia de construir colectivamente nuevos mundos? 

Referencias: 

Migliorin, C. (2018) Pedagogía del lío. Cine, educación y política. Editorial Cuarto Propio. 

Rancière, J.(1996) El desacuerdo. Política y filosofía, Nueva Visión, Buenos Aires.

Rancière, J. (2010). El maestro ignorante. Cinco lecciones sobre la emancipación intelectual (C. Fagaburu trad.). Santiago, Chile: Hueders. (Trabajo original publicado en 1987).

Sabrovsky, D. (2018) Pedagogía del lío. Revista la fuga. https://lafuga.cl/pedagogia-del-lio/943